Los ataques de pánico también
conocidos como crisis de ansiedad están sustentados sobre diversos
pilares que el hombre va evadiendo durante su trayectoria de vida. El ser humano en sus
primeros años de juventud crea una aparente fortaleza ante los sucesos cotidianos que lo
afectan, lo cual con el tiempo provoca un desequilibrio entre su aparente respuesta
consciente y lo que realmente su sistema nervioso central (SNC) es capaz de soportar. El
hecho de creerse poderoso, capaz y tener, incluso a la muerte, fuera de cualquier
probabilidad de ocurrencia inmediata produce con el tiempo una acumulación de estrés,
cansancio, agobio y desinterés que en un punto dado de su existencia disparan la alarma
del SNC y se comienzan a percibir los primeros síntomas de un ataque de pánico.
La reacción inmediata es tratar de controlarlo, de poner atención a otro asunto o
simplemente tomar un descanso de cualquier tarea que se esté realizando, sin embargo el
SNC al tomar el control del organismo provoca síntomas ineludibles caracterizados por un
aumento repentino del ritmo cardíaco, respiración acelerada, sensación de ahogo,
sudoración, adormecimiento de las extremidades; la idea de escape, autodefensa y la
sensación de peligro se producen instantáneamente de manera tan perturbadora que la
persona llega a quedar inmovilizada por completo. Es aquí donde el ataque de pánico ha
tenido su momento cumbre.
Cuando esto sucede por vez primera la persona tiene la tendencia a relacionarlo con
cualquier enfermedad, de hecho, llega a pensar en una muerte inmediata, es por eso que los
síntomas pueden seguir en ascenso y ubicar al implicado dentro de un círculo vicioso de
autodestrucción psicológica.
Aunque estas crisis de ansiedad no provocan la muerte es necesario que cada individuo
que la padezca comprenda lo que le está sucediendo en ese momento: su cerebro está
malinterpretando una situación de peligro inexistente.
Algunos estudios han determinado que una predisposición genética heredada puede
contribuir a la aparición de estos ataques de pánico aunque muchas
personas que los padecen no tienen un referente previo en la familia, lo que sí
seguramente ocurrirá es que una vez vivida esta experiencia se producirá su repetición
con frecuencia afectando gradualmente la calidad de vida. Las estadísticas muestran que
las mujeres tienen una mayor tendencia a sufrir estos episodios lo cual no hace a los
hombres invulnerables presentándose con mayor frecuencia a partir de los 25 años. Es por
esto que acudir a un tratamiento
con un psicoterapeuta sería la decisión más acertada, de lo contrario, su evitación
podría desarrollar fobias específicas. De hecho, el reconocimiento ante otra persona de
lo que está sucediendo y el hablar de ello abiertamente garantiza un alivio y supone
quitarse un gran peso de encima.
Existen variadas recomendaciones cuando un ataque de pánico tiene lugar:
- Hacer ejercicios respiratorios que contribuyan a controlar el ritmo cardíaco y por ende
la sensación de desesperación y de ahogo.
- Intentar distraer la mente con pequeños juegos: lecturas breves, contar objetos,
entablar conversación con otras personas, realizar memorizaciones que obliguen al cerebro
a cambiar gradualmente de actividad.
- Repetir en voz alta que el peligro no existe, no es real, que son solo pensamientos
erróneos y que no hay razón alguna por la cual alarmarse.
De igual forma tomar algunas medidas para evitar su aparición han de convertirse en un
estilo de vida:
- Tener la seguridad de que no existe otra enfermedad asociada.
- Cambiar hábitos alimenticios, de sueño, ajustar los horarios y tareas cotidianas
incluyendo actividades de relajación
de modo que sean lo más placenteros posible.
- Eludir pensamientos negativos o de anticipación.
- Evitar el consumo de sustancias estimulantes del sistema nervioso central.
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