Los síntomas de la ansiedad están
sujetos a distintos factores que condicionan el comportamiento. La experimentación de
estos y la forma en que se presentan no es una regla común para todo ser humano, por el
contrario, cada individuo puede manifestarlos de forma variada y su aparición depende de
la intensidad con que se haya presentado la adversidad que condujo al estado ansioso. Es
por eso que comúnmente muchos de ellos son asociados con otras enfermedades
(cardiovasculares, respiratorias, gastrointestinales) que afectan los sistemas de órganos
dada la versatilidad de los mismos. Igualmente suele confundirse de manera contraria al
diagnosticase como ansiedad
otras dolencias que en realidad no guardan ninguna relación con esta.
Estos síntomas de ansiedad
pueden ser divididos en tres líneas fundamentales que abarcan los que se encuentran a
nivel cognitivo y estos son: estados de poca concentración (desvío de la atención hacia
actividades carentes de importancia afectando la concreción del objetivo primario),
inseguridad para la toma de decisiones, dudas y cuestionamientos sobre el sentido de la
vida, desmotivación, angustia, pensamientos carentes de sentido o negativos que afectan
el autocontrol, preocupación o predisposición ante cualquier tarea cotidiana por
sencilla que esta sea, dificultad para la memorización y descuidos involuntarios que
conducen a la aparición de nuevos síntomas, sobredimensionamiento de ideas,
rememoración de eventos pasados que fueron desagradables, miedo, cambios de humor en
cortos espacios de tiempo (irritabilidad), sensación de amenaza ante peligros que
todavía no han sucedido o búsqueda de indicios de esta a cada momento y ante cada
situación, confusión mental, pérdida de la idea de quién puede ser uno mismo
(irrealidad).
En el plano fisiológico se suman: Alteraciones en la frecuencia cardiaca que conllevan
a un aumento o disminución abrupta de la presión arterial, opresión en el pecho,
problemas en el control respiratorio, sensación de ahogamiento, sudoración, fatiga,
descoordinación muscular manifestada en espasmos, mareos, dolores frecuentes de cabeza,
hipersensibilidad al ambiente externo y la interacción con este, cambio en los niveles de
voz, molestias gástricas, debilidad, sudoración constante sobre todo en las manos,
trastornos del sueño e insomnio agudo, deseo constante de orinar, estreñimiento o
diarrea (incluso la combinación de ambos), temblores, adormecimiento y debilidad en las
extremidades, problemas de la visión y dilatación repentina de las pupilas, dificultades
en el ámbito íntimo manifestados hacia la pérdida del interés y la potencia sexual,
cansancio, fatiga, sequedad en la boca, desmayos frecuentes que pueden estar
caracterizados por la acumulación de síntomas.
Unido a esto aparecen síntomas ya en el plano motor o de carácter observable entre
los que se destacan: movimientos de continua repetición (rascarse o comerse las uñas),
momentos de llanto frecuente sin razón aparente ante un observador puntual, trasladarse
en un sentido u otro como señal de impaciencia, cambios en la líneas faciales,
imposibilidad para transmitir ideas coherentes o de forma rápida (tartamudez), evasión
de situaciones frecuentes o nuevas para las cuales se ha creado una predisposición previa
(sensación de miedo profundo al enfrentamiento), exacerbación de las tareas cotidianas:
comer, fumar, hablar o dejar de hacerlo en intervalos de tiempo irregulares. |